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21 DE ABRIL

martes, 3 de agosto de 2010

MI AMIGO ALEXANDER

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MI AMIGO ALEXANDER


02-08-2010 VOTE ESTA NOTICIA





MI AMIGO ALEXANDER

MAR Y TIERRA ANDRÉS RUIZ DELGADO Alexander, rumano de nacimiento, pero afincado en Gran Canaria, es hombre de larga mar y luengos caminos. Me explico: llevó treinta años navegando, en su mayor parte, por aguas encrespadas: desde el puerto base de Gdansk (antes Danzig), en el Báltico, hasta Islandia, Terranova, península de Labrador, como contramaestre de un buque factoría de pesca. Nacido en un pueblecito de Transilvania, Turno Rosn, al borde de los Cárpatos, siempre en su retina: casitas agrupadas entre dos ríos, el campanario de la iglesia... Después de estudios de primera y segunda enseñanzas en Bucarest, en 1954 dio rienda suelta a su dilatada singladura, como aprendiz marítimo, desde Constanza, en el mar Negro, en un rompehielos, y ya, en 1963, como capitán en este tipo de naves. Pero tenía que ir más lejos: el salto a las durísimas y azarosas tareas en los bancos pesqueros septentrionales del continente americano.





Mi amigo Alexander lleva residiendo en Las Palmas de Gran Canaria desde el año 1971. Faenaba, por entonces, en el banco sahariano, con descarga de las capturas en el puerto de La Luz, lo más selecto para trasbordo a Japón. Y en una de esas escalas decidió quedarse aquí. ¿Qué le había inducido a esta súbita decisión? Ni él mismo lo sabe a plena ciencia. Sus compañeros de navegación se quedaron sorprendidos. ¿En una isla minúscula, perdida entre la inmensidad del Atlántico? Más posibilidades de vida -argumentaban- hallaría en un gran país en pleno desarrollo como Canadá. Nada le hizo cambiar de idea.





Hasta aquí, nada parece singular en el devenir de la existencia de Alexander. Sin embargo, hay otras particularidades muy especiales. Alexander, que era hombre de la mar -aún andando se le nota el bamboleo, como si se encontrase a bordo de una embarcación agitada de proa a popa- y que nunca había conocido otros caminos que los de la mar, al pisar tierra firme en Gran Canaria pasó a convertirse en uno de nuestros más pertinaces y enamorados senderistas. Ha recorrido la isla, palmo a palmo, por los sitios más recónditos. En diez años, a pie y mochila a la espalda, de 60 a 70 rutas. En Rumanía nunca había hecho nada por el estilo. Eso sí: recuerda que el cumplir los 13, a la vera de los Cárpatos, respiró hondo. Se sintió hombre libre (él lo dice así), hermanado con la naturaleza. Aquella, de los Cárpatos, muy distinta a ésta. Pero naturaleza, que es lo que le importaba.





Rememora cómo fue primera ruta senderista en Gran Canaria, en un mes de septiembre: Cruz de Tejeda, Los Moriscos, Pinos de Gáldar, Las Majadillas, puente de Silva. Durante 2001, 52 rutas, 968 kilómetros. No al "ojímetro", contabilizados por satélite. En 2002, otras 52 rutas, 935 kilómetros, 372 horas. Son datos concretos, escogidos al azar, significativas de sus prolijas etapas de senderismo. Y no echando mano simplemente a la memoria. Lo fundamenta con aportes documentales y hasta fotográficos. Su cámara ha estado en todo instante presente en de los terrenos que pisaba. Todo anotado en libretas, con limpia caligrafía, como si se tratasen de cuadernos de bitácora Y es que a mi amigo Alexander, aparte de ser hombre muy meticuloso, de ninguna manera les resbala, les pasa inadvertidas, las cosas que ve y penetran en su mente, la naturaleza, parte inseparable del ser humano, si es que tiene plena conciencia de sí mismo, y que las gentes urbanas, abstraídas por las cotidianas apreturas, apenas damos por existentes. Es algo que está ahí, pero en lo que no acertamos a penetrar.





No es el caso de Alexander. Él, cada final de semana, con su grupo, emprende la andadura y en nada le pesan sus setenta años. Y el domingo, tras el recorrido, por muy enriscado que fuese, sonríe feliz, casi exultante, dentro de su característica placidez. Los espacios marítimos y la tierra imantan profundamente en su interior: Cárpatos, el mar Negro, Terranova y esta Gran Canaria, que él considera como su lugar soñado.

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