TRIBUTO A KAFKA
Despechada por K.,
que, francamente, amaba mal y poco
y estaba siempre subido en una rama
inquiriendo respuestas imposibles,
tocando como un loco la puerta del castillo,
implicado hasta el fondo en un proceso
que inexorablemente lo llevaba a la muerte,
escribiéndole cartas resentidas al padre,
pidiéndote, como prueba de amor irreversible,
que a cuatro patas escalaras muros,
decidiste, ingenua y atrevida muchachita,
probar fortuna con alguien más sencillo,
menos dado a trepar por las paredes,
más tosco en el manejo de la pluma
pero mucho más hecho a estar con cuerpos
jóvenes y exultantes como el tuyo.
Te presentaste, así, de pronto, un día,
disfrazada de chica de la compra
e invadiste sin miedo, por ensalmo,
los rincones secretos de mi casa.
Elogiaste las flores que crecían
encima de mi mesa de trabajo,
hojeaste con descaro algunos libros
y empezaste a pedir que te contara
algunas de mis múltiples hazañas.
Preso de vanidad, mi pecho henchido,
te puse en mis rodillas sin pensarlo
y no me fue difícil hallar claras
pistas hacia el camino de tus muslos.
En plena exaltación, ya sin reparos,
estando convencido como estaba
de que mi ángel guardián, años ausente,
había por fin depuesto su pereza,
me lancé presuroso a recitarte
versos recién sacados de tus ojos,
cada vez más ufano, más seguro,
como un juglar que en medio de la plaza
se busca su sustento acariciando
con tiernas rimas a las bellas damas.
Un dolor imprevisto de lumbago
me hizo volver al mundo más prosaico,
y cuando fui a rogarte que dejaras
por un momento libres mis rodillas
un ronquido profundo, cavernario,
saliendo de tus pechos se alojaba
en mi ya, lastimado por los años,
añejo y compungido corazón.
Fue a la sazón que supe entristecido
tu extraña decisión de irte de vuelta
a los lugares donde el genio habita.
Y eso que para entonces ya intuías
que K. tenía contados sus días en la tierra. Etiquetas:
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